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El Mesías de las Máquinas

Machine Messiah

Y de repente, todos miraban hacia el cielo en el horizonte. Cada ojo vivo, biológico o mecánico dirigía su mirada hacia la figura titánica que se imponía ante a ellos. El casi extinto sol iluminaba con hilos invisibles sobre una de las pocas ciudades habitadas de la tierra, el casi extinto planeta. Habían logrado destruirla, y presos por el poder casi invencible de las máquinas, los humanos, creadores de su propio caos, sobrevivían a duras penas con los pocos dispositivos análogos que existían.

No todo el tiempo había sido así. Hubo un momento de la historia del hombre, en el que su sabiduría había llegado a límites vastos e inimaginables. Tecnología, informática, inteligencia artificial, automatismo. El legado de Turing y Minsky reinaba en la tierra de igual manera en que la naturaleza lo había formado. Grandes ciudades se alzaban en el horizonte, con edificios flotantes que devolvían la luz del sol con sus arquitecturas complejas, con ángulos y geometría pocos convencionales. Las computadoras, dueñas de casi todo el sistema político, eran ya una raza paralela al ser humano. Las máquinas eran capaces de emular una inteligencia tan eficaz, que era posible que las mismas, mediante complicados algoritmos neuronales y genéticos, pudiesen desarrollar nuevos seres, a su imagen y semejanza. Habían desafiado a sus creadores, a sus dioses, de la misma manera que el hombre lo había hecho.

Pero ahora, la tierra era un lugar desolado, frío y lóbrego. La atmósfera y el aire, que alguna vez sirvió de fuente de vida casi infinita para miles de seres, se encontraba fétido e ingrávido. Las máquinas, que no dependían de medios naturales establecían una jerarquía sobre sus creadores. Grandes máquinas inteligentes, oxidados circuitos y duras edificaciones eran capaces de auto abastecerse sin ayuda humana, eran ciudades vivas, llenas de la vida binaria que el hombre les había proporcionado.

Guerras mundiales habían devastado cada país habitado. Hegemonías tras hegemonías no dejaban ganador alguno. El dominado evolucionaba para ser dominador y una cadena de desgracias, de destrucción y devastación logró pervertir los ideales y valores que aún conservaba la raza que alguna vez, por siglos había dominado la tierra. La expresión humana, las emociones, habían quedado atrás, olvidadas, eternas en la desgracia producto del egoísmo y la misantropía, tan característicos del hombre pos moderno.

Cables que transportaban la vida de la ciudad abundaban en el paisaje, como hilos de diamante llevando luz y energía a cada rincón. La industria, la energía, las máquinas y el orbe tecnológico gobernaba como el gran hermano en cada rincón del mundo.

La exploración del espacio había convertido al ser humano en poco racional. El conocimiento prohibido del cosmos lo había llevado a la destrucción de sus únicos aliados universales. Satélites, naves, estaciones espaciales yacían en un cementerio estelar, ahora inalcanzable.

Seres del espacio, desconocidos habían venido en busca de refugio, de otros sistemas y galaxias ya extintos. Sin embargo, el hombre era celoso, y de naturaleza hegemónica; lo que había llevado a la esclavización y destrucción de nuevas razas extraterrestres.

La actitud egocéntrica del hombre, ahora creador de una nueva raza mecánica no tenía límites.

Sin embargo, todos veían al horizonte, todos dirigían su mirada de la gran metrópolis devastada al nuevo ser que había nacido en el paisaje. Las calles estaban repletas de personas que corrían a observar la llegada de esta nueva deidad. Todos se encontraban de pie en la misma dirección, en línea, con un único objetivo en sus miradas. Un ser único. Un gran sanador.

Sobre su cuerpo metálico sobresalía un único ojo, singular, extraño. Su mirada barría como fuego sobre los habitantes moribundos de la ciudad. Y las máquinas observaban mediante sus dispositivos visuales hacia la llegada de éste, el inesperado, el inefable, el controlador.

La esperanza se dibujaba en centenares de rostros que finalmente lo observaban, la posibilidad de cambiar, de olvidar las lecciones aprendidas y comenzar una nueva civilización única, utópica y perfecta.

Era gigante, y con cierta forma triangular. Los circuitos metálicos irradiaban una magnificencia electrónica compleja cubriendo el cielo imponiéndose a su paso. Su cuerpo mecánico era completamente negro, a excepción de su ojo rojo como el fuego. No se sabía de su creador, no se sabía de su origen.

De repente, la figura inalcanzable voló por los cielos grises sobre la ciudad, y de su cuerpo empezó a verter un sonido ruidoso, rústico, como un gran motor que empieza a ejecutarse. Una luz sideral empezó a surgir de su ojo único, desplazándose por cada rincón, por cada átomo.

Entonces, la luz fue uno con cada habitante.

Cuerpos humanos y mecánicos empezaron a flotar en el aire como si estuviesen siendo atraídos por una fuerza electromagnética  Su ojo estaba fijo en ellos, los hijos del polvo. La luz roja abrazó como fuego a toda la atmósfera. Nadie sintió miedo, nadie habló, nadie intentó huir. Reinaba un silencio sepulcral, casi absoluto.

Estaban presenciando el génesis de una nueva etapa de la historia cósmica. Cada alma estaba siendo abducida por él.. Estaba allí, flotando en el aire, presentándose como el primer, y tal vez el único, mesías de las máquinas.

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Nota: Este relato corto, está basado en la canción «Machine Messiah» de la banda de rock progresivo «Yes». La canción fue publicada como primer track del disco «Drama» en 1980. No es uno de los discos más aclamados de Yes, pero si uno de los mejores (en mi opinión). Les dejo un video con la canción. Disfruten de esta obra maestra del rock progresivo.