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El Vendedor de Espejos

El hombre viejo vendía espejos. Era un tanto extraño, ver a un hombre de una edad tan avanzada en esa esquina lúgubre, con cierto aire de felicidad en su rostro. Nunca ví a nadie acercársele, las personas caminaban sin siquiera desviar la mirada, como si el hombre no existiese. De alguna manera formaba ya parte del paisaje.

A su lado tenía varios espejos a la vista, de varios tamaños, reflejando en ocasiones a las personas que caminaban a su lado, absortos en su mente sin dirigir su mirada a ningún lado, o la lluvia en algunos días fríos de ciudad donde se cruzaban varios hilos de luz entre las gotas brillantes de agua. Era habitual que yo pasara por ese lugar, no por gusto, sino por obligación, pues mi trabajo me lo exigía. No entendía que hacía ese hombre allí, nadie suele comprar espejos en la calle, y al parecer no lo hacían, pues la cantidad de espejos era siempre la misma.

Sentí una obligación de documentar mi experiencia cercana con aquel hombre, pues ni siquiera estoy seguro de su naturaleza, no sé si es humano, o es cosmos. Los sucesos ocurridos el día 7 de abril del 2011 no se van de mi mente, están impregnados en mi mundo onírico, en mis ideas y en todos los niveles de mi abstracción mental. No hay lugar para escepticismos ni para mentes obstruidas, pues he visitado dimensiones que van más allá de lo físico, he experimentado y sentido el reflejo etéreo a través de una fría y dura superficie de cristal.

Estaba lloviendo. Siempre me ha gustado caminar bajo la lluvia, siento una especie de libertad, al estar sólo, sintiendo como poco a poco mis ropas se humedecen, sintiéndo como el agua de alguna manera me da vida. Eran aproximadamente las 6 de la tarde. Allí estaba, en esa esquina oscura, como de costumbre un hombre de estatura pequeña, extremadamente viejo, y vestido con lo que parecía harapos que algún día habían sido un traje elegante; a su lado, media docena de espejos, brillantes, donde caían gotas de lluvia, que se deslizaban por una superficie de cristal. Tenían marcos excesivamente ornamentados, algunos dorados, pero todos extremadamente viejos. El hombre me estaba mirando fijamente, y poco a poco en su cara, se dibujó una sonrisa. Me acerqué a él y lo detallé más detenidamente. Su piel era muy arrugada, asemejándose a la textura de una piedra, su cabello cano estaba cubierto por un sombrero pequeño, y sus ojos eran de un azul eléctrico, cubiertos por párpados pesados.

– ¿Qué precio tienen? – pregunté señalando al grupo de espejos.

El viejo se limitó a observarme, sin pronunciar ni una palabra, con una sonrisa dibujada en su cara arrugada. Miré alrededor y la calle estaba vacía, posiblemente por la hora, la mayoría de la gente tenía una idea paranoica en su cabeza del peligro a causa de los delincuentes de la ciudad. Me situé al frente del espejo más grande, y vi un hombre flaco, vestido con una camisa negra, y sobre ésta una chaqueta, totalmente empapadas de agua. Vi mi rostro, bastante liso en comparación a la del viejo, y me vi a los ojos, azules, tan azules como los del viejo, y en ese preciso momento, sentí que había establecido una especie de contacto, y sentí un fuerte dolor de cabeza. Escuché una voz a mi lado, una voz insondable y fatigada, muy díficil de entender.

– Eres afortunado – pronunció lentamente su profunda voz.

En ese preciso momento el cristal empezó a derretirse, podía ver como su superficie, pasaba del estado sólido al líquido, y en su reflejo había desaparecido aquel hombre de ojos azules y mirada vacía; en su lugar, estaba una mujer, de impecable y extrema belleza, de cabello negro largo que le llegaba hasta las caderas, tenía unos ojos de color verde y una boca pequeña. Estaba completamente desnuda, y sin embargo, su belleza era tal, que irradiaba alguna especie de luz, un sentimiento de felicidad, de calma, de vida. Su mirada se convertía en música, una música suave, repetitiva y hermosa. Caminé hacia ella, sentía que era conocida para mí, no sabía de donde venían tantos pensamientos y sensaciones cruzadas. Poco a poco crucé la fina superficie del cristal, estaba caliente, y sentía como si millones de átomos y células aprisionaran mi cuerpo, que poco a poco se desvanecía en la oscuridad.

Me encontré en una especie de vacío, lleno de estrellas y luces verdes y rojas. El espacio estaba lleno de formas geométricas tridimensionales flotando, en su mayoría prismas, que de alguna extraña manera se desplazaban en el aire, como si estuviesen vivas. No existía un suelo, y eso hacía que mi sentido de dirección se distorsionara. Era un lugar hermoso. Y ella, simplemente estaba allí, mirándome, como si todo tuviese sentido.

Levantó sus manos, y de ellas surgieron dos haces de luz. Una especie de energía brotaba de todo su cuerpo, y me rodeaba. Formaron en el aire una especie de cristal, un diamante con una dualidad de colores. Ella sonreía y me miraba, con una mirada capaz de penetrar mis pensamientos. El espacio etéreo a mi alrededor empezó a girar. El diamante flotante se dividió en dos, de colores verde y rojo, y me rodeaban mientras yo flotaba en el aire. Yo estaba desnudo, y estaba cada vez más cerca de ella, me abrazó y sentí su suave piel hacer contacto con la mía, de una manera tal, que sentía que de alguna manera no había distinción entre ambas. Era una sensación única. Todo giraba, formando un torrente de luces en todo el entorno, hasta que de alguna manera hubo una explosión. Y todo el espacio fue devorado por la oscuridad. Sólo sentía su suave piel y la energía que me transmitía y que nacía de nuestra unión. El negro vacío a mis pies empezó a tomar forma, hasta que sentí que estaba en tierra firme, sentí que podía diferenciar arriba de abajo, y a mi alrededor, empezó a surgir vida del suelo, eran árboles. Rodeados de esos haces luz, que construían naturaleza a su paso. Todo esto cambió, y sentí como mi respiración se iba, mi mirada se llenó de un color azul y sentía un olor frío en mi piel, sentía una suavidad inigualable en mis ojos, estaba ahogándome en agua, pero sentía un torrente de vida formándose a mi alrededor. Simetría, vida, presencié como toda esa energía incontenible se desplegaba sobre todo el cosmos, generando organismos y naturaleza. Estaba aquí y allá, mi cuerpo experimentaba un viaje cósmico, que iba más allá de algun espacio físico. Ella había desaparecido.

En ese preciso momento pude ver el cielo, nubes formándose y estrellas recorriendo toda esa cúpula negra que caía sobre mí. Peces, o eso parecía, flotaban en el aire. Paz, se respiraba una calma insondable, sentía como se renovaba el aurora de cada una de mis células, y mi mente se sentía mucho más allá del umbral de la locura y la razón. Espejos, vi como poco a poco me rodeaba de espejos, eran los mismos espejos que había visto en otro plano de la realidad, tan lejano ahora. En ellos pude ver mi reflejo, repetido a mi alrededor como si estuviese viendo a través un caleidoscopio. El hombre que estaba en la superficie de cristal, no era yo. Era un hombre mucho mayor, con una piel extremadamente arrugada, pero con mis ojos, azules, de un azul completamentea eléctrico. El reflejo me sonreía, y sus ojos, mis ojos, me miraban directamente. Todo se desvaneció y se sumergió en una completa negrura.

Me encontraba de nuevo en la ciudad, y aún estaba lloviendo. Mi mente poco a poco se habituó al paisaje gris a mi alrededor. No sabía que había pasado, pero me sentía de alguna manera lleno de una paz infinita. Pasaron aproximadamente 15 minutos mientas mi mente asimilaba lo ocurrido. Voltée mi mirada, en busca del vendedor de espejos, pero fue en vano. La calle estaba completamente vacía.

Al día siguiente tampoco estaba allí. Pensé que quizá el hombre había ido a otro lugar o simplemente no estaba trabajando ese día. Pasaron varios días y el hombre seguía sin aparecer. Pregunté en los locales alrededor si conocían su paradero, y a pesar de mi insistencia todos me daban la misma respuesta: que no sabían de qué hombre hablaba. Al parecer nadie le conocía, ni le habían visto, como si nunca fuese existido.

Nunca más lo volví a ver.

Las imágenes nunca se borraron de mi mente, todavía sueño cada noche con la experiencia, y en ciertas ocasiones, cuando siento que la brisa me rodea, siento que ella me abraza. Sé que de alguna manera, fui partícipe, y que presencié de manera única el nacimiento de lo que solemos llamar universo.